Mabel es una de mis mejores amigas, es sagaz, valiente y tremendamente inteligente. Es ingeniera en comercio internacional, además de traductora de chino mandarín, con un manejo del inglés que raya en lo perfecto, sin desmerecer su amplio vocabulario de groserías en español, de verdad que es una mujer impresionante. Así es ella, verdadera e intensa, de esas amigas que te sacude de un grito para que se te pase la pena, porque es de las que da “tough love”, que te entiende, aconseja rudamente y hace que saques fuerzas de flaqueza. Que envía audios de whatsapp donde sólo se escuchan sus carcajadas y su llanto de tanto reír por algo que le pasó o vio por internet y a pesar de ser una mina de esas bravas, no tiene asco en demostrar que te quiere.
Una de las cosas curiosas sobre nosotras es que ambas somos celiacas, ella diagnosticada hace 12 años, aunque nos hicimos amigas mucho antes de contarnos esa “adorable” parte de nuestras vidas.
«Las amistades reales existen, aunque suelen ser pocas, más aún cuando vas creciendo y madurando, y son aquellas que te unen no sólo por compartir un diagnóstico, sino por el interés y la preocupación para que uno esté bien».
Vivir como Celiaca.
Aún recuerdo cuando nos juntamos en casa de otra de mis íntimas amigas, María José, y tanto Mabel como yo rechazamos una copa de Bailey’s, y dijimos a coro “no puedo”. Nuestra amiga en común y anfitriona de la fiesta me mira a mi y me dice “verdad que eres celiaca” y Mabel abre sus grandes ojos azules y dice “yo también we…!!!”, y nos largamos a reír porque jamás habíamos hablado del tema. La sensación para nosotras fue semejante a saber que compartes un ex, de esos que se vuelven Lord Voldemort, es decir “innombrable”, y reírte a carcajadas por la coincidencia odiosa que tienes.
Lo tragicómico es que la reunión se terminó convirtiendo en una consulta nutricional, porque empezamos a comparar con qué hacíamos reacción, cuán grave, qué errores habíamos cometido por torpeza y cuáles cuando estábamos hartas de comer lo mismo, nuestro peregrinaje médico y la serie de estupideces que haces para sentir sabores distintos. Por mientras, María José nos demostró su amistad y cariño, aprendiendo y preguntando cada cosa que le interesaba o tenía dudas, ella quizo entender bien lo que es tener Enfermedad Celiaca, no sólo porque no quería que pasáramos hambre, sino que para que en las reuniones sociales pudieramos disfrutar libremente en su casa, sin temor a enfermarnos.
«La reunión se terminó convirtiendo en una consulta nutricional, porque empezamos a comparar con qué hacíamos reacción, cuán grave, qué errores habíamos cometido por torpeza y cuáles cuando estábamos hartas de comer lo mismo».
Vivir como Celiaca.
Fue así que los años han pasado y las tres seguimos unidas, compartiendo penas, alegrías y enfermedades, y te das cuenta que a pesar de que la vida social se te complica, lo que necesitas la mayoría de las veces no es estar rodeada de gente, sino rodeada de las personas correctas, de esos amigos que te entienden y no te presionan a “delinquir”.
Las amistades reales existen, aunque suelen ser pocas, más aún cuando vas creciendo y madurando, y son aquellas que te unen no sólo por compartir un diagnóstico, sino por el interés y la preocupación para que uno esté bien, que se preocupen de manera cariñosa de que estés cómoda comiendo o bebiendo algo agradable y también el reto de “¡suelta eso!” cuando el diablo te está tentando con una empanada camarón-queso.
Si quieres leer sobre el caso de Mabel, sencillamente pincha este link o revisa la sección de los testimonios de este blog, donde ella cuenta su experiencia.