Written by 7:29 pm Historias de vida, Mi historia • 2 Comments

Mi historia como celiaca

Todo comenzó a mis 13 años, con el primer episodio grande y el médico de aquel entonces asumió que tenía Gastroenteritis. A medida que me hacía adulta, vinieron un desfile de médicos y diagnósticos.

Vivir como celiaca no es fácil. A mis 37 años aún cuesta tener una lista acotada de alimentos que consumir, sin contar todos aquellos antojos de los que me debo privar y el pasear por un supermercado es una tortura creada por uno de los demonios más ingeniosos del infierno.

Todo comenzó a mis 13 años, con lo que entiendo hoy como el primer episodio grande. El médico de aquel entonces asumió que tenía Gastroenteritis, sumado al estrés escolar, debido a que siempre fui muy buena estudiante y a su vez competitiva.

Por más que yo insistía que no había estrés estudiantil ni familiar, me las debí aguantar con una dieta blanda, fue así que me recetó avena. ¡Avena…! Algo que grita peligro para los que tenemos E.C, pero fui obediente y mis padres al ver que no mejoraba, decidieron comenzar el peregrinaje médico. 

Pasaron los años y jamás mejoré, siempre me sentía descompuesta, inflamada y algo deprimida por la situación, lo que empeoró durante mis años de universidad, pues emigré de casa y un estudiante come cualquier cosa. Seamos sinceros, el hambre siempre puede más. 

Diagnósticos disímiles

Durante mis 5 años de universidad visité más médicos, entre ellos especialistas, los cuales insistían en que yo tenía una carga de estrés grande por los estudios, y mis dolores y síntomas derivaban de aquello.

Lo mismo pasó cuando comencé a trabajar, siempre el mismo diagnóstico: “estrés”. Bueno sí, lo reconozco, soy “estresaíta”, pero no para semejante vendaval de síntomas.

«Pasaron los años y jamás mejoré, siempre me sentía descompuesta, inflamada y algo deprimida por la situación, lo que empeoró durante mis años de universidad, pues emigré de casa y un estudiante come cualquier cosa. Seamos sinceros, el hambre siempre puede más».

Vivir como Celiaca.

A medida que me hacía más adulta, desfilé con más fe que candidato, de médico en médico; ni se imaginan la cantidad de salas de esperas que conocí. La cosa se puso peor alrededor de los 25 años, fue entonces cuando comenzó la eterna fábula de “los posibles diagnósticos”, entre ellos estaban problemas cardiacos, cáncer, tiroides, úlceras, etcétera.

Pero el colmo de los colmos, que me hizo sentir humillada y enojada, fue cuando un especialista me dice que sufro de anorexia o bulimia, o de algún problema mental, que debía ir al psiquiatra porque todos mis síntomas o eran imaginarios o simplemente mentía.

Pues que me quedé de piedra, llegué a casa y me sentí morir porque durante años nadie me creyó.

Claridad y aceptación

Luego de semejante episodio, por 3 años no regresé a ningún médico, me las banqué, hasta que los episodios fueron en aumento y terminaba al menos dos veces al mes en urgencias, donde me daban Ranitidina y Omeprazol a la vena, mezclado con quién sabe qué más, pero salía igual, después de haber gastado una suma alta de dinero para nada. 

Pese a mi condición celiaca, un especialista me diagnosticó anorexia o bulimia.
Pasaron los años y jamás mejoré, siempre me sentía descompuesta, inflamada y algo deprimida por la situación.

«Un día a mis 29 tuve una crisis que duró dos semanas, fue espantoso y me recomendaron a un gastroenterólogo de vasta experiencia, un tipo parco, pero amable. Yo iba reacia pensando: no me va a creer y terminaré con una receta de Ravotril«.

Vivir como Celiaca.
Sentimientos encontrados

Un día a mis 29 tuve una crisis que duró dos semanas, fue espantoso y me recomendaron a un gastroenterólogo de vasta experiencia, un tipo parco pero amable. Yo iba reacia pensando siempre “no me va a creer y terminaré con una receta de Ravotril”. Pues estaba equivocada.

Sospechó desde el minuto uno que yo tenía la Enfermedad Celiaca.

Comenzó con todos los exámenes de rigor y el test de sangre dio positivo, en ese momento no supe como sentirme, tenía sentimientos encontrados; de alegría porque me habían creído, de tranquilidad porque por fin tenía un diagnóstico y de lástima por mi pobre ser, porque sabía que se me venía pesado, debía aprender a comer, a leer etiquetas y a pasear por un supermercado donde no tenía casi nada que comprar.

¿Pasé hambre? Pues sí. Este nuevo capítulo de mi vida me hizo sonar las tripas más de alguna vez en estos años, pero ¿saben qué?, no me molesta, porque sentirse sano, fuerte y con ánimo después de tantos años de dolores, malos ratos y recetas de Ravotril, comprendí que el conocimiento es poder y ese poder ahora es completamente mío. 

Ser celiaca es un desafío para mi salud y mi vida emocional.
Comprendí que el conocimiento es poder y ese poder ahora es completamente mío.

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